VRAC en el corazón
Carlos Ares, más conocido como «Heidi» fue un jugador histórico y cofundador del VRAC.
Criado deportivamente en la cantera del Colegio Ntra. Sra. De Lourdes, formó parte de los equipos «iniciados», «cadetes» y «juveniles» llegando a disputar la final del Campeonato de España cadete y las semifinales del Campeonato de España juvenil.
Debutó en el primer equipo senior disputando la 1ª División Nacional Grupo Norte. Ocupó la demarcación de ala siendo un jugador con gran poderío físico.
Alternó sus labores de jugador con las de entrenador de las categorías inferiores formando a los jugadores que en el futuro dieron tantos éxitos deportivos al club: Miguelón, Calle, Mathaus, Mahamud, entre otros muchos nombres.
En el año 1986 fue uno de los cofundadores del VRAC junto a otros jugadores de aquella época como Quique Moral, David Muñoz, Jorge Calleja, Mario González, Andrés Allúe, Pablo Alonso, Miguel Pérez, Ciriaco…
Comprometido con su club desde el primer día, entrenador cercano y entregado, transmisor de conocimientos e ilusión, pero sobre todo, Carlos fue una gran persona a la que nunca olvidaremos.
LA RECENTRADA
Recuerdo de José Ángel Hermosilla
En el deporte del rugby, como en todo ámbito social, hay reglas fungibles y hay reglas que son constitutivas, es decir, reglas tras las cuales subyacen los presupuestos morales del juego y que no pueden ser objeto de cambio o discusión, de entre estas últimas hay una, me atrevería a decir, que ocupa un lugar central y determina no solo aquello que el juego del rugby es sino lo que el jugador de rugby debe de ser, y esa regla es la de que el balón no se puede pasar hacia delante. No poder adelantar el balón exige afrontar el destino e intuir quien nos acompaña para ello, saber que a veces no hay otro remedio que el contacto, que en la adversidad de la situación, como en la vida, hay que hacerse fuerte, intentar que no nos echen del campo y, como los poetas en la noche, aguantar de pie guardando el balón hasta que lleguen los nuestros, porque de ello depende que el juego continúe en nuestras manos.
Esta regla sólo tiene, como todos sabemos, una excepción: el balón sí puede pasarse hacia delante si se hace con el pie. Puede pasarse a un compañero que empieza a correr detrás de nosotros o puede pasarse a uno mismo a través de una patada a seguir, siempre que, en este caso, se tenga el talento de recuperar el balón que uno patea. Esta excepción no rompe la armonía moral del rugby sino que la perfecciona, abriendo el juego a la exigencia lúdica de la sorpresa. Y es que si en nuestro cerebro la evolución ha primado el control de nuestras manos, y son millones las neuronas que contribuyen a lograr la precisión de nuestros actos con las mismas, nuestros pies son por el contrario extremidades fundamentalmente inhábiles, cuya precisión es muy rara y, cuando existe, distingue siempre a algunos elegidos. La licencia de la patada a seguir en el rugby premia lo excepcional, la ruptura que no puede negarse al talento y abre a su vez este juego a eso que llaman “el principio de la incertidumbre”. Y es que, no lo olvidemos, el deporte del rugby no sólo lo determinan moralmente sus reglas constitutivas, sino también el objeto con el que se juega, un balón oval, es decir, un balón que cuando uno lo patea y este toca el suelo, nunca pude predecirse hacía que lugar va a caer el bote, a qué manos, la nuestras o las del contrario, va a ir a parar ese objeto tan costoso de poseer. En definitiva, para jugar bien con el pie no sólo hay que tener virtud sino hay que tener fortuna.
José Ángel Hermosilla tenía una jugada, su firma como jugador de rugby. Como es sabido, todos los grandes jugadores tienen firma, es decir, una habilidad que les es propia y que pueden hacerla una y mil veces y nunca el contrario será capaz de defenderla porque esta está en el terreno propio de lo extraordinario. El gancho de derechas de Sugar Ray mientras daba un paso atrás manteniendo a la distancia justa con el jab de izquierda. El baile previo hacía delante de Jordan para retroceder al tiempo que tira en suspensión por encima de su defensor; la ruleta de Zidane que era una manera de parar arrancando. Gestos únicos que parten de la esencia del juego, es decir, de la simulación, de disfrazar de defensa o pausa lo que no es sino un certero ataque. Jugadas que entran en el terreno de la figuración y que sitúan a quienes las hacen en un terreno que es propio del artista.
Como decía, José, que era uno de los grandes, tenía una jugada: la recentrada. Si José recibía el balón con metros por delante cerca de la raya derecha de la touch y era bien defendido, él acompasaba su carrera a la de su defensor y, cuando todo jugador haría un cambió de pie hacia dentro y buscaría el contacto para mantenerse dentro del campo, Hermo hacía el gesto contrario, cargando su peso en la pierna izquierda para acelerar su carrera hacia fuera, como si quisiera salirse fuera. Los defensores en ese momento pensaban que un leve empujón bastaría para echarlo más allá de la línea con la propia inercia de su sprint, pero entonces, ya casi lamiendo la touch, José con su pierna derecha pegaba una patada altísima justo en la dirección contraria hacía la que él había acelerado, es decir, dirección bajo palos, y casi desafiando las leyes de la física, la carrera de José cambiaba de trazado, se recentraba como su propia patada, y él era entonces el único en el campo que estaba corriendo en dirección del balón. Muchas veces el propio José era quien recogía ese balón, en el resto, el bote de aquella patada era para uno de los nuestros, porque José no sólo poseía la virtud sino también la fortuna. Virtud y fortuna eran las dos cualidades que según Maquiavelo tendrían que definir al príncipe moderno. La recentrada era una alegoría de la virtud y de la fortuna en el juego, y no podía ser de otra forma porque José Ángel Hermosilla era nuestro Príncipe, el Príncipe del VRAC.
El príncipe, decía el pensador florentino, se tiene que enfrentar a lo nuevo sabiendo conservar lo antiguo ya poseído. Hubo un tiempo que siempre recordamos, en el que, recién llegados, todos nos ganaban y nosotros queríamos aprender a ganar sin dejar de ser nosotros mismos, sin perder aquello que había sido nuestra esencia y que no podíamos abandonar a costa de la victoria. La forma de aquel tránsito fueron en gran medida las formas intuitivas de José, su anarquía radicalmente competitiva y su incorruptible compromiso con la belleza del juego. Esa forma de “dar al juego lo que es del juego” que pedía el maestro, el Canas, y que él supo entender como nadie. Creo que no exageramos si decimos que José fue durante años el mejor ala de España, pero fue más que eso, José nos dio desde su comprensión casi virginal de este juego una lección vital de cómo conciliar la agresividad con la elegancia, la competitividad con la alegría propia del desacato, todo aquello que representaba su descarada forma de correr y driblar sin nunca poner cara de esfuerzo.
José tenía un perfil de sarraceno apuesto, el típico atractivo que por rupestre no molesta a los hombres y gusta mucho a las mujeres. Tenía una mirada directa que imponía un gran respeto pero que sabía dulcificar con un guiño pícaro y con una sonrisa que en él era código de fraternidad. Era, como todo líder, temido por sus rivales y venerado por los suyos. José, como Calle, como Cano o Foronda, inmunes también al miedo, nos hacía mejores. José tenía presencia de espíritu y lejos de difuminarse, su figura adquiere con los años la nitidez propia de lo verdadero, y ese brillo que da la amistad a lo largo. Eso sí, cuántos de nosotros daríamos un brazo por habernos pegado, ya sea solo una vez, tu famosa recentrada.
Recuerdo de Eduardo Francia “EDU“
Para relatar los recuerdos que almaceno junto a Eduardo Francia necesitaría escribir un libro y además me convendría la presencia de un abogado porque algunas andanzas que vivimos juntos hoy estarían al margen o al filo de la ley. Aquellos fueron unos tiempos diferentes a los actuales. Lo expreso con todo el cariño y orgullo de haber sido testigo de la vida de Edu porque él todo lo hacía impulsado por una ley natural basada en la nobleza y algunas de sus experiencias estaban basadas en los principios morales del rugby por encima de todo.
Era un auténtico rugbier, un portento físico, el típico grandullón con manos como tenazas que cuando agarraba un balón oval parecía que lo iba a reventar. Cuando lo veías por la calle o apoyado en la barra de un bar con una cerveza en la mano, no tenias ninguna duda de que aquel tipo jugaba al rugby. Tan aparentemente duro por fuera como noble por dentro.
Tenía un físico especialmente diseñado para el rugby. Algunos entendidos llegaron a opinar que si Edu se lo hubiese tomado realmente en serio habría podido ser de los pocos españoles que hubieran estado al nivel físico de los jugadores del Cinco Naciones de la época.
Tuve la inmensa suerte de compartir césped y terceros tiempos con él. Estaba claro que era un auténtico compañero en el rugby y en la vida porque jamás “dejaba tirado” a un compañero.
Su vida fue muy intensa porque además, con Edu no había medias tintas. O jugabas con él o contra él. Es evidente que siempre fue mucho más saludable tenerle de compañero que de oponente. Fue un jugador duro de verdad y creo que el rugby fue su filosofía de vida desde el principio hasta el final.
D.E.P. Eduardo Francia
(Texto: Oscar Garrote)
David Muñoz (D.M.): ¡Eh!, ¡Fernando!. ¿Estás ahí?, ¡Oliveriiiiii!.
Fernando Oliveri (F.O.): Bueno, bueno. ¿Cómo has dado conmigo?, pensé que os habíais olvidado de mi.
D.M.: No ha sido difícil encontrarte. Siempre has estado con nosotros. Te tenemos en nuestra memoria y en nuestros corazones. Cada vez que recordamos nuestras andanzas por los campos de rugby, cada vez que recordamos aquellas asignaturas imposibles de la Escuela de Ingenieros,…, es imposible que no aparezcas.
F.O.: ¿Qué tal por ahí abajo, cabrones?.
D.M.: Todo bien, sin novedad. Bueno, salvo que ahora el VRAC es el mejor, casi siempre.
F.O.: Será porque hay mucha pasta, ¡ya podrán!. Y seguiremos con los lácteos, como en los principios.
D.M.: Hombre, todo ayuda. De todas formas no es como en nuestros tiempos. Ahora son unas máquinas. Si nos metiéramos ahora en un campo con los cuerpos que teníamos antes no duraríamos ni 15 minutos.
F.O.: ¡No durarías tu!
D.M.: Vaaaale, tu sí. Qué tío, no has cambiado. La verdad es que era muy difícil sacarte del campo. Recuerdo que eras el imán de todos los golpes. Recibías los del enemigo y además los nuestros; ¡entrábamos sin juicio!. Eso ha cambiado también. Las reglas son más estrictas y por poca cosa te mandan a la calle.
F.O.: Pues ya podían haber puesto esas reglas en nuestros tiempos. Me duran las cicatrices de los pisotones del Sporting, del CAU, del Olímpico, del Oviedo,… Lo que recibíamos. Pero luego les empezamos a meter nosotros, ¡que satisfacción!, les pude empezar a pisar.
D.M.: Es que eras como Terminator, después de cada placaje que dabas o te daban te volvías a levantar. No sé que era peor, si placar o ser placado. No eras ni el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido, pero sí el más duro. Y el mejor compañero. Pasara lo que pasara en una jugada siempre aparecías. ¡Lo que nos hemos divertido!.
F.O.: Ya en el Lourdes nos preparaban para lo peor. Siempre en educación física a los del rugby nos daban más caña que a los mariquitas del balonmano y del baloncesto. Ya sabes los Moratinos. Pero esa panda pudimos llegar lejos: Moral, Vallejo, Cabezudo, Paredes, Pírez, Pérez, Galindo,… y los que venían detrás, Allué, Basterra, Bocos,…
D.M.: ¡Eh!, que yo jugué contigo, siendo cadete, la final del Campeonato de España de Juveniles en El Saler contra el F.D.M.Barcelona. Perdimos. Y también me acuerdo de la semifinal contra el Portacelli de Sevilla; cómo sufrimos, prórroga y tiros a palos. Victoria.
F.O: ¿Y te acuerdas del narizazo que le di en el puño a uno del CDU?. ¿Y del subcampeonato de España universitario con la Escuela de Ingenieros?. Otra vez subcampeones, contra el INEF de Barcelona. Y uno de los momentos más difíciles fue cuando nos jugamos el descenso con el Industriales de Madrid. Y nos salvamos. A partir de aquello solo crecimos y mejoramos.
D.M.: Lo que te decía. Cada vez que nos juntamos los amigos del equipo y los de la Escuela a recordar batallitas es muy difícil que no aparezcas. ¡Cómo se te quiere!.
F.O.: Jodido fue cuando me empezó a doler la espalda y, ya sabes lo que pasó, al final…
D.M.: Nos acordamos. Pero en aquellos momentos también fuiste el tipo más duro y valiente.
F.O.: Bueno, no te molesto más, que tendrás mucho que hacer. Y.. ¡de machete!.
D.M.: Un abrazo Fernando. Hasta siempre. Otro días, más batallitas.
David tenía 12 años y estudiaba en el Colegio San José. Jugaba al rugby en la categoría sub 14 del VRAC.
Era un gran seguidor del equipo de División de Honor y nunca se perdía un partido.
Falleció el seis de mayo de 2017 víctima de un trágico accidente de tráfico.
El club al completo le rindió un sentido homenaje al día siguiente de su fallecimiento durante la celebración del Campeonato de España Sub-18
¡Siempre estará en nuestros corazones!