Nada más sentarnos y una vez ha preparado con "esmero" el café, nos cuenta una mentira piadosa sobre su edad. Está soltero y quiere publicitarse demasiado bien, pero no nos vende gato por liebre y, a medida que vamos desenmarañando su vida y su trayectoria deportiva, nos percatamos de que no son 26 las primaveras que apila.

Las cuatro últimas las ha pasado en Valladolid, en el VRAC Quesos Entrepinares, donde sus compañeros y la afición ilustrada en cuestiones ovaladas le señalan como un jugador indispensable, fundamental, pese a que su trabajo sobre el verde no sea tan lucido, tan elocuente.

Cualidades que ha forjado a través de una carrera deportiva inmensa. Un currículum intachable que este inglés nacido en Manchester empezó a serigrafiar con 8 años, cuando su padre, que había jugado al rugby con 17 años pero que fue un buen futbolista y adorador del cricket ("Le gustaba el fútbol pero no los futbolistas", dice), decidió apuntarles a él y a su hermano mayor en el Manchester Rugby Club a colación de una amistad con un entrenador del mencionado club.

"No sabía nada de rugby. Mi primer partido me caí al suelo y me pisaron la cara. Mi madre me dijo que no volvería a jugar al rugby pero a las dos semanas estaba jugando de nuevo", relata Adam, quien no quedó intimidado por las heridas de guerra en una época en la que alternaba el fútbol con el rugby los fines de semana. Jugaba de defensa central o de segundo punta debido a su portentoso remate de cabeza. Todavía hoy cree que podría hacerlo mejor que algún delantero de Primera.

Después entró en una escuela en la que el único deporte que se practicaba era rugby, por lo que duplicó sus apariciones ovaladas (seguía en el Manchester RC), dejando cada vez menos tiempo para el esférico que golpeaba también junto a su grupo de amigos. Entonces, toco decidir y en tropel se decantaron por el mayor "respeto" que predica el rugby en relación con el fútbol.

Antaño no era así. Adam, ferviente seguidor del Manchester United desde la época en la que Eric Cantona hacía de las suyas, lo conoce bien de manos de Keith Newton (1941-1998), tío de su padre e integrante de la selección inglesa de fútbol que disputó el Mundial de México de 1970. "Me contaba que el fútbol antes no era así, que hubo una época en la que era como el rugby hasta que el dinero lo corrompió", comenta el jugador del VRAC durante un inciso en su

Con 16 años le llegó una oferta que no podía rechazar y entró en un internado privado al que llegó invitado por sus cualidades rugbísticas. Allí estuvo dos años que le sirvieron para dar un salto gigantesco, empujado en parte por sus apariciones con la selección inglesa sub 18. Aterrizó en los Sale Sharks de la Premiership, escuadra en la militó durante tres años durante los que pudo entrenarse con jugadores de talla mundial como Sebastien Chabal.

Apenas disputó tres encuentros de Premiership, pero aprendió "muchísimo" al tiempo que se batía el cobre en una liga de reservas (Premiership A). "Era imposible hacerse un hueco pero no me arrepiento de nada", puntualiza Adam, quien sigue desgranando sus pericias tras abandonar los Sale Sharks y recalar en el Sedgley Tiger, club de la Championship (el segundo nivel inglés).

Tres temporadas en las que no se perdió casi ningún partido hasta que una cacicada de la RFU le obligó, junto a otro centenar de jugadores, a buscarse las habichuelas. "Decidieron reestructurar la competición y que en mi último año bajasen cinco equipos y ascendiese sólo uno. Increíble. Quedamos quintos por la cola y bajamos a un nivel que ya no era profesional", detalla Adam Newton.

Controvertida decisión que ha permitido que la afición quesera venga disfrutando de su labor muda pero eficaz a lo largo de las últimas cuatro temporadas… y las que quedan. "Me quedé sin equipo y tenía un agente que me comentó el interés del VRAC. Al principio no sabía nada del rugby en España. Hablé con un par de amigos y me dijeron que el nivel estaba subiendo. Pensé: ¿por qué no?, y me vine para acá", apostilla.

"El camarón que se duerme se lo lleva la corriente"…

Algo parecido caviló cuando facturó sus bártulos y se subió al avión destino a España. Refrán que conoció en castellano y que tiene siempre bien presente. Pero volviendo a aquel macuto y a aquel cambio radical, Adam rememora que en aquel aeroplano conoció a Gareth Griffiths, contra el que ya había jugado en la Championship.

"¿Qué estamos haciendo?", se preguntaron los jugadores ingleses, quienes al aterrizar se encontraron con 42 grados centígrados y al delegado del equipo, Santi López, esperándoles. Desde entonces, todo ha ido a rodado. A pedir de boca.

"Desde el principio todo el mundo fue muy amable. Fue más fácil con Gass y con la cantidad de gente en el equipo que hablaba inglés. Me sorprendió un poco entrenar de noche y que más o menos nos entrenábamos como con los Sale Sharks, aunque allí con más gimnasio. En cuanto al nivel, me encontré más o menos lo que pensaba", manifiesta Adam, quien no elude pronunciarse sobre la evolución del mismo que viene palpando temporada tras temporada.

Su prisma, más que autorizado… "El jugador español está mejorando año a año y es evidente de que cada vez hay más niños en los clubes. Es buena señal, aunque pienso que debería introducirse más en los colegios. En España hay muchos más deportes por delante del rugby. Es complicado", asevera.

Con el paso de los años ha ido aprendiendo español hasta el punto de dominarlo con bastante solvencia. Se ha mimetizado en un país en el que se encuentra muy agusto, tanto que no elucubra una vuelta a Inglaterra. Ha hallado más tranquilidad, suculentas viandas que jamás pensó que le pudiesen gustar y unos valores tradicionales y familiares que le agradan bastante. No obstante, estupefacto le dejaron la niebla y el frío húmedo que se instala por semanas en Valladolid.

España es su segunda casa y se congratula de poder representarla con la selección nacional. "Significa que estoy representando el país en el que vivo y el de mis amigos. Es muy importante para mí, al igual que cuando juego con el VRAC represento a Valladolid. Siento mucha pasión por ello", desprende Adam Newton, quien valora enormemente la vertiente familiar del club.

Entidad para la que ejecuta el trabajo que se le encomienda y aporta, en su opinión, sus atléticas condiciones físicas. "No creo que tenga protagonismo. Hago mi trabajo e intento hacerlo bien. Creo que se me da mejor hacer un postre típico inglés (Apple Crumble). Debería venderlo", bromea Adam Newton instantes antes de que uno de sus compañeros de piso, Santiago Ovejero, se despierte de la siesta (también vive con Federico Abente).

Ocurre, justamente, en el momento de la entrevista en el que Adam Newton nos habla de sus otras aficiones, como el cine. Le encanta y se postula como un voraz devorador de películas, aunque entre sus directores favoritos marca a Cristopher Nolan y Quentin Tarantino.

"¿Música? Mi artista favorito es Santiago Ovejero", vuelve a bromear para destapar la faceta melódica de su compañero argentino, quien se despereza antes de preparar la merienda y unirse a la conversación. "Nos llevamos bien pero nos molestamos un montón. Es divertido", añade Adam, quien considera que habla peor castellano desde que vive con dos argentinos. Más risas…

Carcajadas que se interrumpen y preceden a las dos últimas cuestiones por resolver -quizás deberían haber surgido antes-. La primera de ellas atiende al final de temporada, a las posibilidades que tiene el VRAC Quesos Entrepinares de revalidar el título de Liga. "Tenemos las armas para ello", declara de forma escueta.

La otra pregunta parece sencilla. No lo es y Adam Newton se lo piensa antes de verter una respuesta que conjuga toda una filosofía de vida.

– Lo que más me gusta del rugby es la felicidad y la tristeza -dijo-.

– ¿Cómo? -interpelamos-.

– Hay momentos buenos y malos, pero los momentos buenos te enganchan de una manera especial. Gracias a ellos se aguantan muy bien los momentos tristes, los cuales también te enseñan mucho y a veces hasta gustan.

Sabias palabras con las que Adam Newton, un cirujano del verbo que también da clases de inglés y no ha perdido la flema británica, concluye una charla más que amena. Enriquecedora.