Se le ve ladino desde que asoma por la puerta de la cafetería en la que acordamos citarnos -no se confundan-. Su sonrisa está grapada a su pómulos y se contagia allende los cuatro vientos. Lo sabe y le gusta asumir ese papel dentro del equipo aunque es consciente de que, en ocasiones, se excede. Más vale que sobre que no que falte…

Su relación con el rugby es extemporánea (ya no era ni "teenager"), pero aprovechando que estamos inspirados con el refranero castellano, huelga decir: "más vale tarde que nunca". Cierto es pues, desde que con 20 años se acercó a Pepe Rojo y sus manos de guardavallas probaron el rugoso tacto del oval, el idilio fluyó como lo hace el caudal de un río.

"Iba al colegio con Perico e Íñigo Ribot. Siempre me había gustado el rugby pero la verdad es que en el fútbol estaba bastante a gusto. Pero con 19 o 20 años me empezó a dar asco el ambiente del fútbol y a través de estos fui a entrenarme un día de pretemporada con el B y con el primer equipo. Me dio la locura y recibí más golpes que un tonto", relata con sorna. No podía ser de otra manera.

Por aquel entonces, según atestigua, gastaba "un cuerpo-sílfide" y en las touch agarraba el oval como Casillas embolsa el esférico. "¡Maaal porterooó!", le decía el técnico francés Daniel Bernard que dirigía por aquel entonces al primer equipo del VRAC Quesos Entrepinares, al que se acopló sin dilación, pues se hizo un habitual en su tercera temporada. Eso sí, ya en el primer año, y sirviéndose de una plaga de lesiones, tuvo la oportunidad de debutar en Sevilla, donde, al irse a arropar, partió unas sábanas que parecían hechas de esparto.

El rugby le hechizó. Le deleitó la camaradería infranqueable y el ambiente que se genera antes y después de los partidos. Él contribuye a que ésta se una con argamasa. "Me gusta hacer bromas y mantener el ambiente de felicidad en el vestuario. A veces me riñen porque me paso de bromista, pero no soy un trastornado que está haciendo bromas cuando toca concentrarse. Creo que un equipo funciona bien si tiene buen ambiente. Tenemos cualidades pero es el buen ambiente el que te lleva a ganar partidos y títulos", manifiesta.

El VRAC está en disposición de ello, de ganar los títulos que ambiciona y colmar sus ansias para la presente campaña, la cual Borja Estrada, que sufrió una lesión aparatosa que le ha tenido varios meses en el dique seco, analiza sin quebrar la crítica, en ocasiones tan necesaria. "Creo que a principio de temporada estábamos con la dinámica ganadora de juego y confianza de la pasada campaña. Ahora estamos en un pequeño bache, pero tenemos que superarlo y volver a jugar igual de rápido. Tenemos que volver a creer en nosotros mismos, todos a una", comenta Estrada, quien también se postula acerca de la visión que tiene del club en el que se ha hecho jugador de rugby.

Desliza que la estructura del mismo se ha profesionalizado cada vez más con el paso de los años y que arrulla con mayor diligencia la cantera, aspecto indispensable para que se produzca el anhelado crecimiento del rugby español, algo para lo que se involucra con creces, pues, dados sus estudios de INEF y el Máster de Dirección de Empresas Deportivas que realizó el año pasado en Barcelona ("como si fuese un año de Erasmus", soslaya), intenta introducir el rugby en los colegios vallisoletanos y, así, ganar más adeptos a la galante causa ovalada.

En este sentido, anota que le gustaría dedicarse a la dirección deportiva, aunque, ahora que ha entrado en contacto con la escuela, no desdeña convertirse en un "querido maestro" que, sin lugar a duda, predicaría los valores del rugby como quien lo hace desde el púlpito. Obviamente, sin ser apocado. No entra en sus planes.

"El problema es que el rugby se da como unidad didáctica en las clases de educación física y de forma muy esporádica. Así les puedes despertar el gusanillo pero al no estar en los colegios como actividad extraescolar es muy complicado. Para que este deporte progrese tiene que haber más practicantes, atraer más aficionados y, de este modo, a los medios de comunicación", apunta Borja Estrada antes de desentrañar sus virtudes y sus defectos sobre el verde y adentrarse en un tramo de la entrevista en el que profundizamos aún más en su persona.

Asegura que no le importa hacer el trabajo sucio dentro del campo. No en vano, matiza: "No llego al nivel de Adam y Merino"…

– ¿Y qué te gustaría mejorar? -le inquirimos.

– Bufff… Si empiezo, no paro -dice-. Sobre todo en ataque. Se me da mejor defender, aunque me gustaría tener algo más de técnica en los placajes y en los pases. También mejorar este cuerpo-escombro.

Hipérbole hilarante que da un pase de pecho a las batallas del medio año que pasó en Suecia jugando al rugby con Miguel Merino y Pablo Arévalo, quienes hallaron un nivel bastante inferior y unas chicas oriundas del país escandinavo que no eran tan simpáticas de día como por la noche.

Eso sí, descubrieron la belleza de Estocolmo cuando la bañan los primeros rayos de sol tras el duro invierno. Un hallazgo más, pues Borja Estrada es un viajero incansable, un "culo inquieto" al que le cuesta quedarse encerrado en casa y que, a sus 26 primaveras, ya ha visitado lugares tan dispares como Nueva York -"parecía Paco Martínez Soria", atestigua-, Marruecos, Gante (Bélgica), Cracovia (Polonia) o el campo de concentración de Auschwitz.

Además, le apasionan los deportes, no sólo el rugby. "Toda la vida he hecho mucho deporte. Además de fútbol y rugby, baloncesto, pádel, squash… De pequeño me gustaba mucho patinar pero no tenían el número de mi pie y debía pedirles a fábrica (calza un 47). Las botas las tengo que pedir por encargo", apostilla Borja Estrada, quien no para de revelar aspectos chocantes de su biografía y personalidad.

Y es que, para concluir, asevera que es "un friki de la historia". Le embelesa y puede deambular de enlace en enlace acerca de hitos y acontecimientos históricos sin darse cuenta del paso inexorable del tiempo. "No soy la Larousse", corrige Estrada, un tipo entrañable, cercano, divertido y tan sorprendente como una fabada en pleno agosto (bien rica, por cierto).