Aunque sea con unas amargas píldoras de realismo. Necesario y que hincha las metáforas de sinceridad…

Delta T es una empresa de "climatización inteligente" que surgió en el 2006 en virtud de la unión de dos emprendedores que acumulaban una importante experiencia en el sector, Álvaro Ares y Fran Hurtado. La construyeron con espíritu low cost" y con un total de cinco empleados, contando ellos mismos, que han vivido "tiempos de gloria", del 2006 al 2009, y ahora andan sumergidos en un "sin vivir constante".

"Es duro. Durísimo. El mercado de la climatización se ha desplomado cuando la empresa estaba en plena fase de despegue. Íbamos con el combustible lleno pero ahora estamos en una gran tormenta. Quien desgraciadamente ha perdido su puesto de trabajo no puede interesarse por un equipo de climatización", explica Álvaro, quien no ve otro camino que "trabajar más que nunca y ganar menos dinero que nunca".

"Luchar una caldera doméstica como si fuese la última", apostilla antes de desprender los factores diferenciadores que permiten, según justifica, la supervivencia de Delta T. "Intentamos tratar muy bien a nuestros clientes independientemente se su obra. Somos de las pocas empresas en las que nos sentimos orgullosos de nuestros clientes. Yo alardeo de nuestros clientes. Son el activo más grande que tiene Delta T y ellos nos lo reconocen. Eso, precisamente, es el único azucarillo que nos llevamos", manifiesta.

Y es que, no esconde que las satisfacciones llegadas en forma de felicitaciones y recomendaciones de sus clientes son lo "mejor" que les puede pasar hoy en día. Algo que logran siendo unos sastres de la fontanería, trabajando a medida del cliente y ofreciéndole, entre otras cosas, sistemas de climatización movidos con energías renovables que rentabilizan la inversión.

Lo expresa sin que de su voz rasgue un sentimiento de cólera, de enojo quejica a pesar de que hubo una época en la que se podía permitir escoger a los clientes. Resignación estoica que le permite seguir ejerciendo la función de "portero-delantero" y "recurrir a la épica por salvar una bola de partido" cada mañana.

"Por suerte, esto se estructuró de forma low cost. Nunca se contrató más personal del necesario y todos hacemos de portero y delantero", desliza Ares, quien rechaza la "milonga del marinero y el capitán que contaron con eso de los brotes verdes" y pone en valor las lecciones que de esta coyuntura que "todos" vamos a extraer.

"No hay continuidad. La gente sólo compra lo necesario pero creo todo el mundo aprenderá de esto. Estábamos jugando en una Liga que no nos corresponde. Teníamos aspiraciones de Liga de Campeones y ahora hemos vuelto a Segunda y todos estamos condenados a continuar, Es una situación sin retorno", espeta de forma diáfana para zanjar, de momento, el tema económico y resolver sin ambages como se inició el vínculo de colaboración con el VRAC, el cual no tiene visos de cortarse.

Narra que surgió en el 2006 "a lo tonto y como todas las cosas que valen la pena en esta vida, en un bar". Fue en la antigua sede del club en la calle Colmenares, donde se acordó un intercambio con el que sufragar el arreglo de una maquina de climatización "siniestrada" y del "jurásico". "Por aquellos años era algo divertido. Ahora, el compromiso personal es el mismo pero el económico, por desgracia, es menor", añade.

Lo lamenta, pero subraya que su colaboración con el rugby, con el VRAC, es real y una manera, según expresa, de devolver a Valladolid "todo" lo que les ha "dado". "No hay equipos en la ciudad que estén más vinculados a la ciudad que los equipos de rugby. El resto de los deportes de élite tienen mercenarios movidos por el dinero", opina Álvaro Ares, quien se congratula con "especial ilusión" de que su aportación redunde sobre todo en la cantera.

"Un niño del VRAC Quesos Entrepinares lo es de por vida, gane o pierda. Eso no pasa en el fútbol. En el rugby hay valores que han caído en desuso en la sociedad. Me parece increíble que después de que te hayan pintado la cara te quedes a aplaudir a tu contrincante. Me llama mucho la atención con la que juegan estos niños. Lo hacen como "dandys" del deporte y gracias a mucha gente que trabaja de forma desinteresada. Hay que hacer que eso se valore", estriba Ares para concluir una charla franca y para nada recargada de dramatismo. Sí de una desalentadora realidad extrapolable a la situación española. Un ejemplo más de la corajuda resistencia de una pyme.