Pero Marina es valiente. Gallarda como pocas y está más que encantada de medir su poderío con chicos, cuanto más grandes mejor, dado que, según refleja en agradable conversación, su motivación se alimenta con la mayor envergadura de sus oponentes. "Me motivo más", espeta la jugadora, a la que le queda sólo una temporada de poder jugar al rugby con chicos, según el reglamento.

Mientras tanto, está exprimiendo la experiencia para convertirse en una pilier granítica y avezada. Lleva cinco años haciéndolo, desde que se adhirió a la familia del VRAC Quesos Entrepinares en el segundo año de alevín. Un flechazo que jamás se sacará…

"A mi ya me gustaba el rugby. Subía a ver al primer equipo con mi padre y me encantaba. Dos jugadores vinieron al colegio y nos animaron a probar. Lo hice y desde el primer día me enganchó. Había probado otros deportes, como gimnasia artística o judo pero me aburrían", manifiesta.

¿Qué fue lo que te cautivó del rugby?, le preguntamos. Responde sin titubear. No es que se hubiese aprendido el discurso de memoria. Habla desde el fondo de su corazón teñido, sin lugar a duda, de azulón… "Es una forma de vida. Todo queda en el campo. No como en el fútbol. No es un deporte bruto como puede pensar la gente. A mis amigas es lo que les digo", expresa sin pestañear, con un brillo en los ojos que le delata.

El deporte ovalado le ha envenenado. Dulce picadura que no le quita de ser coqueta y que le encante ir de compras junto a sus amigas como cualquier chica de su edad. Sus amigas, precisamente, le envidian al estar rodeada de tanto caballero.

Gentlemans en potencia que han ayudado a que su nivel raye el sobresaliente, de ahí que en las ocasiones en las que se ha batido el cobre con sólo chicas se haya sentido como pez en el agua. "Con chicas me resulta más fácil. El ritmo de juego es más lento y a la hora de placar me cuesta menos. Me divierto también mucho", expresa.

Sensaciones que ha experimentado con la selección femenina de Castilla y León absoluta con la que sólo ha podido entrenarse pues aún no tiene la edad suficiente como para jugar con ellas partidos oficiales.

Le queda poco y quiere estar preparada para ello. Tener las hechuras, si ya no se ha hecho con ellas, como para competir al más alto nivel en un equipo íntegramente femenino y, por qué no, poder acudir en un futuro a alguna citación de la selección nacional, a la cual cree se le debería dar "mucho más bombo" en virtud de los grandes resultados que viene cosechando a nivel internacional.

No concibe otra cosa que seguir jugando al rugby aunque en un año ya no pueda hacerlo con chicos. Tiene claro que ha de encontrar un equipo lo más cerca posible cuando pase a categoría sénior y por convicción y amor a unos colores éste no será el Cetransa El Salvador. Por ello, ya empieza a pensar en las oportunidades que se le pueden abrir en León o en Galicia.

Viene medrando por mejorar sus notas y estudiar INEF en León, donde podría jugar al rugby en un equipo femenino, aunque, de momento, sólo piensa en lo que se avecina: los campeonatos de España Infantil y Cadete, equipos en los que juega…

Según esgrime, ambos están capacitados para proclamarse campeones de España, más aún al cobijo de Pepe Rojo. Al igual que el equipo de División de Honor, el cual, desde su punto de vista, está "arrasando" este año.

Su jugador favorito del plantel azulón es Glen Rolls, aunque también ha macerado una sabia opinión sobre el rugby de fuera de nuestras fronteras. Los partidos que graba su padre y visiona con él ayudan a que construya un juicio fundado cuando le toca señalar sus iconos rugbísticos: James O`Connor y Toby Food.

Y es que su padre, José María, encuentra en torno al sofá y el televisor esplenderosos momentos a compartir con Marina. Fervor ovalado que les une y que ha servido para que ella, a medida que iba creciendo, comprendiese la idiosincrasia que emana de este bello deporte.

Su padre ha contribuido a que la asimile y, precisamente por ello, no se pone nervioso, si su trabajo se lo permite, cuando acude a las gradas a verla. Sabe lo que hay y conoce la voluntad de hierro y las ganas de progresar que destila su hija.

Han pasado cinco años desde que contactó con ell rugby y, desde entonces, ya acumula instantáneas inolvidables. Espera que sean muchas más pero ha diseñado un album de fotos en el que ocupan un lugar especial su primer partido contra El Salvador, su primera llamada con la selección regional o cuando ganaron la Liga en Palencia en su primer año en infantiles. "Nos zambullimos en el barro y fuimos después a pringar a los entrenadores", rememora entre horcajadas antes de que la entrevista toque a su fin.

Una conversación que nos ha servido para conocer a Marina, un ejemplo de perseverancia y valentía que honra el rugby desde el seno de la familia del VRAC Quesos Entrepinares, donde lo vive en estado puro al mismo tiempo que es educada en base a sus valores.