Pero vamos por partes. La causalidad que vertebra el devenir de Calle, como el de cualquiera, nos fuerza a, en esta segunda parte de una dilatada y amena entrevista, recorrer su vida deportiva desde sus inicios. No ha acabado, pues Fernando de la Calle desprende que no puede estar sin hacer deporte. Eso sí, avisa. No va a preparar maratones. "Necesito moverme pero con un deporte en el que yo disfrute. No me llaman los deportes individuales como correr", atestigua.

Le gusta la competición. El contacto. El trabajo de equipo, sincronizado como un acordeón. Afinado como una guitarra eléctrica. Descubrió el rugby con 10 años, aunque ya venía practicando otros deportes como el judo, el baloncesto, el balonmano, voleibol y el fútbol.

– ¡Cinco a la vez!", interpelamos…

– Sí, aunque del baloncesto me echaron porque plaqué a un rival -apostilla-.

Normal. Tanto cambio de registro aturde y confunde a cualquiera por mucho que irradies pueril vitalidad. "Siempre he sido un poco brutito. El deporte ya me gustaba y lo había practicado en el patio del colegio Lourdes. Decidí probar y me encantó. En el balón tumbé al de al lado. Vi que se me podía dar bien", explica.

Flechazo de Cupido que ofició de criba. Fue dejando el resto de deportes a excepción del judo, el cual compaginó con el rugby hasta que las exigencias de División de Honor, categoría a la que el VRAC recién había aterrizado, le obligaron a abandonar un deporte en el que también apuntaba maneras y que es probable que siga practicando.

Después llegaron la Copa del Rey, la primera Liga… Momentos clave que jalonan la historia del VRAC Quesos Entrepinares y por ende la suya. Fotogramas en blanco y negro que Calle remarca, pero aclara que, para él, el mejor momento vivido es el ramillete compuesto por todos ellos. "Es muy emocionante echar la vista atrás y recordar que cuando empezamos en ningún momento nos planteamos ascender y luego ser campeones de Liga. Te llena de emoción darte cuenta de que entre todos hemos construido un club fuerte y potente", asevera.

Actuaciones que bien pronto le sirvieron para debutar con la selección española de rugby a quince, con la que viviría los años más lustrosos del rugby patrio. Acumuló 53 caps y formó parte del combinado que jugó el único campeonato del Mundo que ha disputado el XV del León. Fue en Gales y en 1999. El equipo español no logró un solo ensayo y no pasó de una fase de grupos en la que se enfrentó a Uruguay, Sudáfrica y Escocia. Sin embargo, mostró un buen nivel competitivo durante su primera y única participación en un Mundial.

Momento cumbre del rugby español que por aquel entonces, a su juicio se encalló. "No se ha conseguido repetir la cohesión, el ser un equipo con sentimiento de club. El rugby español tiene que intentar unir los intereses de clubes y selección. Nunca se ha contado mucho con los clubes", analiza Calle antes de ponerse más concreto y demandar una mayor organización de eventos y un mejor cuidado de la cantera, sobre todo en el salto de juvenil a División de Honor, en su opinión, demasiado abrupto hoy en día.

"El problema es la cantidad de gente que juega este deporte, que es muy poca. Por lo tanto, el seguimiento es mínimo. Aquí en Valladolid somos unos privilegiados", añade Calle. Una radiografía que surge al echar la vista atrás y a colación de sus intervenciones con el combinado nacional y los éxitos con el club

Bonitos momentos, como la mayoría. Sin embargo, también ha tenido otros amargos entre los que subraya las lesiones. Y es que Calle no puede estar sin sentir el clavar de los tacos en el pasto. "No lo he dejado antes por lo nervioso que me pongo en la grada", bromea el sempiterno capitán.

Unos galones que para él significan mucho. Un "privilegio" y una "responsabilidad" que nada tiene que ver con la que se estila en otros deportes. "El capitán tiene que ser el primero en dar ejemplo, en tirar para adelante y dar la cara tanto dentro como fuera. Debe ser amigo de todos pero si debe decir algo alguien no puede morderse la lengua", reflexiona.

Librillo que se granjeó un respeto enorme. Tanto que hasta le "asustaba", admite Fernando de la Calle, que también remarca "el sentimiento de responsabilidad absoluta" que infiere el papel de capitán que Calle desempeñó durante tantos años.

Ahora se aleja del verde pero su vida tampoco cambiará tanto. Tendrá más tiempo para descansar, menos exigencia competitiva pero queda claro que seguirá acudiendo a los campos de Pepe Rojo a entrenarse y sacudirse el mono de rugby.

Sufrirá menos los lunes cuando suene el despertador. Las agujetas y las magulladuras no le molestarán en el horario de trabajo, durante el que, en su caso, coordina el servicio de limpieza del Ayuntamiento de Arroyo de la Encomienda.

Un trabajo que le mantiene contento. Sin embargo, subraya que todavía queda mucho por hacer para educar al ciudadano. Tarea dura y que, aunque no lo parezca, tiene que ver con sus estudios de Magisterio de Educación Física. No tira la toalla al respecto de ejercer de maestro, pues señala que es lo que más le gusta y sigue reciclándose con constantes lecturas sobre la materia. También reconoce que le atrae la preparación física de equipos, al mismo tiempo que confiesa que posee dotes de masajista y que antaño él era el que se encargaba de vendar a los compañeros de equipo.

"Mis pies me los sigo vendando yo porque son muy raros", añade Calle, quien dejando a un lado la vertiente deportiva y laboral, se destapa como un amante de las dilatadas reuniones con amigos, de pasar tiempo con su hijo de siete años, la buena lectura y el cine en general como somero entretenimiento. Entre sus libros preferidos se encuentran "La sombra del viento", de Carlos Ruiz Zafón, o "El factor humano", de John Carlin. Libro que inspiró la película Invictus, de Clint Eastwood, y que retrata el momento cúspide de la historia del premio Nobel de la Paz Nelson Mandela. Una historia, como tantas otras, que le embelesa.

En cuestiones cinematográficas es menos exigente. "No soy muy crítico. Me vale mientras me entretenga, aunque las que no soporto son las de Woody Allen", matiza Calle en punto y final de la larga charla engrasada por dos zumos de cebada.

– Se nos va la luz.

Entonces llegó el momento de la sesión fotográfica a orillas del Pisuerga. Dónde si no. Muy cerca del colegio Lourdes, donde hace 33 años Fernando de la Calle empezó a jugar al rugby. Su deporte. Su vida por mucho que ahora le toque dar un paso al costado.

Hasta pronto Calle.