Llegaron el viernes por la tarde y, nada más aterrizar, se fueron a la sede de un club de rugby local en el que no faltaron las viandas y las nuevas amistades a pesar de la traba idiomática. Descansaron en una asequible Guest House para ya el sábado, desde bien temprano, acometer el típico paseo turista por las calles de la ciudad escocesa.
Trajín que les condujo por unas cada vez más abarrotadas calles hacia Murrayfield. Riadas de aficionados que enfilaban el trayecto a los vomitorios del estadio escocés. En sus entrañas, la carne de gallina…
Mejor se veía en la epidermis de los galeses, impertérritos en manga corta, y quienes copaban un cincuenta por ciento del graderío. Un ambiente mayúsculo para un duelo que a Juanpi no entusiasmó. No vio a Escocia fina pero el resultado es lo de menos cuando lo que se busca es vibrar con la pasión por el rugby junto a otras 70.000 personas y comprobar en vivo y en directo cómo se las gastan jugadores de talla mundial.
El tercer tiempo fue generoso y sostenido, lo que no fue óbice para que el domingo, antes de emprender el viaje de regreso a España, volviesen a perderse por los arrabales de Edimburgo y hacer las típicas compras de recuerdo de la que ha sido una experiencia indescriptible y enriquecedora para Hollister, Alcalde, Kuz, Moro, Lucho, Muñoz, Hernando y Juanpi.